La mujer y la niña salieron de la iglesia y se dirigieron al cementerio inmediatamente después de su conversación con el cura. HabÃan estado esperando para visitarlo. El cementerio era ominoso, con puertas de hierro en la entrada que se cernÃan sobre la cabeza de la mujer y su hija. Toda la escena se veÃa sombrÃa pero pintoresca, como si fuera de una pelÃcula. Lápidas de diferentes formas y tamaños estaban esparcidas por la extensión de hierba, algunas en grupos, otras solas y separadas. Todo era de color marrón: la hierba, la piedra y la fina capa de polvo que cubrÃa todo. La tumba de Carlos Centeno, su hijo, era una de las tumbas solitarias, en las afueras del cementerio. ParecÃa muy simple, como la tumba de alguien sin importancia, olvidado fácilmente. La mujer y la niña se acercaron rápido pero en silencio a la tumba de Carlos, entrecerrando los ojos ante el brillo del sol.
La niña estaba nerviosa. No habÃa tenido una amistad con Carlos cuando estaba vivo, pero se habÃa sentido muy triste cuando murió. Generalmente era tranquila y tendÃa a permanecer cerca de su madre porque era tÃmida, pero también era una niña muy curiosa. A veces, su curiosidad superaba su deseo de seguir las reglas, pero no a menudo. Caminando por el cementerio, la niña tomó con fuerza la mano de su madre. La niña era religiosa y bastante supersticiosa, en particular con la muerte. Dijo una oración en silencio (una que habÃa aprendido en la escuela) mientras se acercaban a la tumba de Carlos Centeno. Ella nunca habÃa visitado una tumba. Fue más aterrador de lo que habÃa imaginado porque la tumba de Carlos estaba muy lejos de todas las demás. Sintió que su corazón latÃa cada vez más rápido, nunca habÃa experimentado tanta ansiedad en sus doce años de vida. La tumba de Carlos le parecÃa extraña, como si algo no fuera como debÃa ser.
La mujer y la niña estaban ahora muy cerca de la tumba, y ambas sintieron que algo andaba mal con su aspecto. La tumba no solo estaba lejos de las otras, sino que la lápida se inclinaba ligeramente a la derecha. Se quedaron de pie y miraron la tumba durante unos minutos, rezando en silencio. De repente, el suelo comenzó a temblar. Se puso cada vez peor; la mujer y la niña no tenÃan donde refugiarse. Lápidas y estatuas caÃan a su alrededor, agrietadas y rotas. La lápida cerca de ellas, la de Carlos, se inclinó más y se sacudió hasta que cayó al suelo. Comenzaron a formarse agujeros en la tierra, tragándose lápidas. Se formó una gran grieta que separó a la mujer de su hija. La brecha se ensanchó y la madre cayó al hoyo. La niña no sabÃa qué más hacer y saltó tras su madre.